Guerra comercial no es contra Estados Unidos o México, sino contra el consumidor

Recientemente, el secretario de Comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross, anunció que Estados Unidos impondrá aranceles a las importaciones de acero y aluminio a México y a la Unión Europea, estas medidas ya había sido anunciadas anteriormente, pero contemplaban a otros países, exceptuando a México, Canadá, entre otros. Hoy, sin embargo se agudece la propuesta, pues se quitan dichas exenciones, de manera que Estados Unidos va contra el mundo para dejar de importar acero.

¿Con qué finalidad?

Históricamente, la revolución industrial de Estados Unidos se vio fortalecida especialmente por la producción de acero, después de abandonar el que fue durante muchos años su negocio más rentable: el algodón. No es misterio que el Estados Unidos desarrollado haya nacido bajo una cama de acero, un negocio que supuso un cambio industrial para el país, mismo sector que ha perdido fuerza en Estados Unidos y que ha ganado fuerza en otros países de Europa y sobre todo, en China. Por lo tanto, el hecho de que hoy se impongan los aranceles al acero y al aluminio es un claro ejemplo de la famosa frase que llevó Trump durante su campaña política: «Make America Great Again».

Bajo la presión de los votantes norteamericanos y la convicción del nacionalismo que le es caracterizado a Trump, queda claro que estas medidas buscan fortalecer internamente esta industria, algo que el norteamericano trabajador de la industria siderúrgica verá con buenos ojos, la pregunta es: ¿a qué costo?

Al costo de incrementar los precios de los productos que tengan en su cadena de producción al acero y al aluminio, para empezar, si una empresa quisiera importar acero, tendría que pagar aranceles del 25% del costo del acero, si quisiera importar aluminio tendría que pagar un 10% en concepto de impuestos por el aluminio importado. De manera que, a primera vista, si lo hicieran, aumentaría el costo de productos como la cerveza y los refrescos de lata y muchos productos de la vida cotidiana que ocupan aluminio, así como los automóviles y otros sectores industriales que necesitan el acero para producir. 

Los cuatro países que más venden acero a Estados Unidos son Canadá, Brasil, Corea del Sur y México, dos de ellos son sus socios en el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y es muy probable que se haya puesto de excusa la difícil re negociación del tratado para presionar con estos aranceles, pues según Trump, México se ha visto beneficiado del tratado y Estados Unidos ha perdido con el libre cambio. En alguna ocasión en una conferencia en filadelfia, Trump señaló;

Mientras México no trate a Estados Unidos de manera equitativa y con respeto, una reunión es estéril

Para empezar, cuando se habla de comercio internacional, es incorrecto hablar de que tal o cual país exporte o importe, no es una masa homogénea la que decide comerciar, sino uno o un grupo de empresarios e individuos que deciden comprar y vender en el extranjero, cada persona decide si quiere exportar un producto o importarlo si es que no le es rentable producirlo o comprarlo en su país, esta decisión es una decisión individual, un juicio que las personas y empresas tienen que hacerse día a día, y como son las empresas las que lo deciden, no tiene sentido que sea un grupo de burócratas los que decidan como deben producir e importar los privados.

Trump y el mercantilismo del siglo XXI

Aquello tiene nombre, y se le llama mercantilismo, un cumulo de ideas que se dieron en el siglo XVI-XVII, en el cual se pensaba que era el oro lo que definía la riqueza de un país, por tal razón, importar más de lo que se exportaba causaba como resultado una salida de oro y una entrada de productos, si el oro se iba del país -bajo la idea mercantilista- el país perdía riqueza. Es por esto que ciertos empresarios tenían una fuerte relación con los gobernantes, pues estos eran aconsejados e influenciados por un grupo de empresarios y grandes comerciantes sobre con que país se tenia que comerciar, de manera que se procurara un superavit en la balanza comercial, para que el oro no se fuera del país.

A pesar de que el pensamiento liberal de Adam Smith, Say, Mill, entre otros, refutó esta idea hace más de 200 años y demostró que no era la cantidad de oro sino el trabajo y la cantidad de bienes para satisfacer las necesidades en un país la fuente de la riqueza, los gobiernos de todo el mundo siguen cayendo en la falacia mercantilista, hablando de comercio «desigual» o comercio «injusto» cuando, bajo un análisis básico, podemos deducir que una persona o una empresa se favorece siempre en el libre cambio, pues para que exista un intercambio, es necesario que las dos partes se beneficien, la única manera en la que alguna de las partes salga perdiendo, es que un tercero (el gobierno) obligue a uno a comerciar, aun cuando este no lo quiera y se vea en la necesidad de comprar adentro más caro en vez de importar barato del extranjero.

La decepcionante respuesta del gobierno mexicano

Si es reprobable la respuesta de Trump, igual de decepcionante es la respuesta que la SRE a través del canciller Luis Videgaray Caso, pues acaba de afirmar por twitter lo siguiente:

Adjuntando un comunicado en donde reitera la decisión de imponer aranceles al aluminio y acero. Dándose así el inicio de una guerra comercial entre Estados Unidos y México, resulta impresionante la facilidad con la que un grupo de burócratas pueden decidir sobre la suerte de los empresarios en sus países, pues sus decisiones afectan a centenares de trabajadores cuyos efectos se ven reflejados en el bienestar de sus familias, pues una cosa es verse afectado por los designios del mercado, y otra muy diferente verse afectados por la decisión arbitraria de unos políticos que en su vida diaria no se verán afectados, al menos que sean accionistas de las empresas de dichos sectores. 

Esto, más que ser una guerra comercial, es una carrera por ver quien es el que quiere afectar más al consumidor nacional, pues al querer afectar más al gobierno del otro país, inevitablemente se están llevando al consumidor de paso, pues las decisiones de aumentar aranceles no afecta sólo a las empresas, sino al consumidor, que ve como los productos que compra suben de precio, y aunque los gobiernos decidan subsidiar por un periodo los productos nacionales para que no se vean afectados a mediano plazo por el proteccionismo, igualmente se tendrá que cargar al consumidor el costo vía impuestos futuros, como se vea, el consumidor aquí termina perdiendo.

Una correcta posición del gobierno mexicano hubiera sido no caer en las provocaciones de Trump, sin dejar de ser -por supuesto- firme en el diálogo y las negociaciones, haciendo ver a Estados Unidos que pierden más de lo que ganan. En última instancia, ofrecer rebajas fiscales a las empresas siderúrgicas que comercien acero con empresas norteamericanas, de manera que se queda bien con el productor mexicano y el norteamericano tratando de afectar lo menos posible a dicha industria, si esto fuera así, Trump vería como sus aranceles tendrían poco impacto en su política proteccionista, pero una guerra comercial afecta de manera inmediata a las industrias del país que ya de por si se ven afectadas en un entorno de incertidumbre en la era Trump.

Es el libre comercio y no los aranceles la respuesta al crecimiento

El proteccionismo no enriqueció al mundo, fue la apertura comercial la que impulsó el crecimiento económico en la mayoría de los países, el mayor periodo de crecimiento del siglo pasado sucedió a partir de los años 50´s. Fue hasta que se terminó la segunda guerra mundial, que los gobiernos pudieron sanear su endeudamiento, equilibrar sus déficits  y que se aperturaron los mercados al comercio internacional que se logró el mayor crecimiento que experimentamos en el pasado siglo. No es casualidad que se dio en un entorno de apertura comercial, y de la creación de organismos internacionales que buscaban el acercamiento de los países y la paz -y no la guerra- como la ONU y la OMC, Nunca en la historia se habían firmado tantos acuerdos de comercio internacional como en el siglo pasado y comienzos de este, pues el comercio representa la paz, el proteccionismo y las intervenciones estatales siempre han representado el alejamiento y la guerra.

Parajódicamente, sería fácil pensar que los países que más importan en el mundo son los países más pobres que no tienen que producir y por lo tanto se dedican a importarlo todo desde el extranjero, pero esto no es así, de hecho son los países más ricos los que más importan, y la mayoría de ellos importan más de lo que exportan.

A final de cuentas, ni un superávit es la gran panacea, ni un déficit es el infierno como se suele sugerir, todo depende de las propias decisiones que hagan los individuos y empresarios en los distintos países, cerrarse a importar productos de consumo es erróneo, y peor aun cerrarse a importar insumos y bienes de capital.

El nacionalista debería abogar por el libre mercado, pues importar insumos y capital más barato del extranjero significa que el productor puede ofrecer precios más bajos al consumidor nacional.

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