La falacia del impuesto rosa

¿Existe realmente el “ impuesto rosa”? Hay quienes aseguran que sí. Que detrás de las diferencias en precios de bienes y servicios usados por hombres y mujeres hay una búsqueda consciente de perjudicar a las mujeres. ¿Por qué un rastrillo para mujeres, aparentemente idéntico al de un hombre salvo en el color, tiene un precio mayor? ¿Hay un ardid machista para someter a las mujeres?

Primero: si dos bienes fueran idénticos –sustitutos perfectos, en el argot del economista– y hubiera posibilidad de arbitraje (de comprar cualquiera de los dos bienes para aprovechar cualquier diferencia en precios), no habría problema alguno. Las mujeres podrían comprar el bien más barato. Cualquier diferencia en precios tendería a desaparecer. Pero la existencia de diferencias en precios sugiere que los bienes no son completamente idénticos o que no hay posibilidad de arbitraje. Aunque mujeres y hombres acuden a un idéntico servicio de lavandería, algunas prendas femeninas requieren un trato distinto al de las masculinas. Una mujer que quiere cortarse el cabello no puede explotar fácilmente una posibilidad de arbitraje: no puede hacerse pasar por hombre para pagar menos.

Cuando observamos fenómenos económicos, es conveniente despojar nuestro razonamiento de prejuicios sobre los motivos de los agentes que les dan forma. Es decir, conviene evitar cualquier acusación temprana de machismo o maldad antes de ver el panorama completo e inspeccionar los incentivos que originan distintas conductas.

Podemos buscar distintas explicaciones a las diferencias en precios que pagan hombres y mujeres por servicios similares. Pero explicar las diferencias en función de una estrategia en particular es bastante persuasivo. Eres testigo de esta estrategia todos los días. Cuando compras un boleto de cine, participas en esta estrategia: si eres estudiante o eres anciano, sueles pagar menos por tu boleto que otras personas; y si eres adulto, pagas más que los otros dos grupos de consumidores. A esta estrategia la conocemos como discriminación de precios.

Mi forma favorita de explicar la discriminación de precios es la siguiente: imagina que eres un vendedor de trajes. Vendes tres trajes diarios, a un precio de 2 mil pesos cada uno. Quieres aumentar tus ventas diarias a cuatro trajes y la venta de cada traje adicional te cuesta, para efectos prácticos, cero pesos. El problema es que si quisieras vender un traje más al mismo precio, nadie te lo compraría. ¿Por qué? Porque a 2 mil pesos, la cantidad que demanda el mercado es únicamente de tres trajes diarios.

Sabes algo de economía, sin embargo. Conoces la ley de la demanda o la intuyes: a un menor precio, podrías vender más trajes. Haces tus estimaciones y descubres que podrías vender un cuarto traje si bajaras el precio de cada traje a mil pesos.

Vender cuatro trajes de esta forma, sin embargo, no te convendría: tus ingresos eran de 6 mil pesos con la venta de tres trajes y ahora serían solamente de 4 mil pesos.

Le das vueltas al asunto. ¿Habrá una forma de vender ese cuarto traje de un modo en que obtengas mayores ganancias?

Tienes una idea: si pudieras separar al comprador del cuarto traje del resto, podrías cobrarle 2 mil pesos a los primeros tres compradores y vender el traje restante a sólo mil pesos. Venderías tres trajes a 2 mil pesos y un traje adicional a mil pesos, con lo cual obtendrías un ingreso de 7 mil pesos. ¡Ay! Si dieras con una estrategia para distinguir las valoraciones de cada comprador y pudieras separarlos, tus ganancias serían mayores. ¡Ganarías mil pesos más!

Las estrategias de ese tipo son estrategias de discriminación de precios: consisten en identificar las valoraciones de distintos tipos de consumidores y separarlos para captar lo más posible de ellos. Son estrategias benéficas: gracias a la discriminación de precios, tú podrías vender un traje más a alguien que desea un traje. Con una estrategia de discriminación de precios, obtienes mayores ganancias y vuelves feliz a un consumidor adicional.

Las diferencias en precios de productos cosméticos y distintos servicios bien pueden obedecer a estrategias de discriminación de precios y no a conductas sexistas. Y este tipo de estrategias permiten que se pueda producir un mayor volumen de bienes y servicios para dejar a más consumidores satisfechos. Si bien pueden dar pie al resentimiento entre los distintos compradores, obedecen a sus valoraciones propias. Una estrategia de discriminación de precios sólo sobrevive en presencia de distintas sensibilidades de pago. Si las mujeres valoran más su higiene y cuidado estético que los hombres, estas estrategias responderán a sus deseos.

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