Un enemigo perpetuo del liberalismo es el mercantilismo: la xenofobia económica. El extranjero es visto como un enemigo. Y la visión del extranjero como un enemigo goza de aceptación popular en todos los rincones del planeta. En México, la gente teme la invasión de empresas extranjeras; teme a su atrevimiento de ofrecer bienes y servicios a precios bajos. El extranjero que contrata a trabajadores mexicanos es un parásito de los bajos salarios que hay en el país. Cada desconfianza y cada temor inspiran las negociaciones de los tratados comerciales, que responden principalmente a los deseos de grupos de interés. No son tratados que busquen el bienestar de los consumidores, sino servir a un puñado de empresas nacionales. El espíritu de los tratados es el siguiente: “Vamos a comerciar, sí; pero a regañadientes, con precaución, y tratando lo más posible de proteger nuestros intereses”.
El economista Bryan Caplan, en El Mito del Votante Racional, habla de cuatro tipos de sesgos que pueden percibirse en la opinión pública sobre asuntos económicos. Uno de ellos es el sesgo anti-extranjero: “Las personas tienden a subestimar los beneficios económicos de cooperar con extranjeros.” El mexicano comercia sin tanto inconveniente con otro mexicano, pero en cuanto llega un extranjero a hacerle un trato, el ambiente se enrarece y surge la desconfianza.
Lo que motiva al comercio, sin embargo, es la búsqueda de una ganancia. ¿Importa en algo quién ofrece esa ganancia? “Sí”, dice el proteccionista mexicano, “porque al comprarle a un mexicano fortaleces mejor al país que al comprarle al extranjero”.
Este argumento parece decir algo verdadero, pero es mera falacia. Una falacia que queda al descubierto con una reducción al absurdo: si es cierto que dejar de consumir lo extranjero fortalece al país, ¿por qué quedarnos ahí? Propongamos que los habitantes de cada estado mexicano dejen de comprar de los habitantes de otros estados mexicanos. De esa manera se fortalecería aún más cada entidad del país. Pero esto sigue siendo algo muy tímido: propongamos, además, que los habitantes de cada municipio mexicano dejen de comprar de los habitantes de otro municipio mexicano. Y ya para rematar e incrementar al máximo nuestra prosperidad, propongamos que cada hogar sea una unidad económica independiente que se abstenga de comprar lo de otros hogares. Avanzar por esa senda, sin duda, sería ideal para volver a una economía primitiva de cazadores y recolectores.
Al comprar del extranjero nos especializamos en la producción de aquello en lo que tenemos una ventaja comparativa, liberando así más recursos para satisfacer otros fines. El intercambio con el extranjero es una forma de producción: los bienes que les damos a cambio –nuestras exportaciones– son los insumos con los cuales producimos los bienes que les compramos –nuestras importaciones–.
El mexicano que vende artesanías y tiene un celular con piezas fabricadas en el extranjero está, de cierto modo, produciendo ese celular con las artesanías que vende. Si restringimos su capacidad de comprar del extranjero, sólo podría producir ese celular a un mayor costo. Y ese mayor costo le impediría consumir aún más de otros bienes y servicios, incluyendo, ¡por supuesto!, bienes producidos por otros mexicanos.
El comercio integra a los habitantes de diversas naciones y les permite magnificar el poder de sus fuerzas productivas para enriquecerse mutuamente.
Contra la inversión extranjera también se lanzan dardos envenenados: si el extranjero invierte en el país, debe de ser porque se aprovecha de los bajos salarios y de que puede explotar a los mexicanos.
Ante esta acusación, un economista puede hacer las siguientes observaciones: si un incremento en la demanda tiende a elevar los precios, ¿qué ha de ocurrir con los salarios si los extranjeros demandan mano de obra adicional? ¿Subirán o bajarán? ¿Los trabajadores mexicanos se benefician o perjudican de alternativas adicionales de empleo? Y si se benefician de alternativas adicionales de empleo, ¿por qué impedir que los extranjeros les ofrezcan esas alternativas adicionales?
Un miedo adicional relacionado con el comercio con el extranjero es la posible pérdida de empleos. Si Estados Unidos ofrece mercancía a un costo más bajo del que se puede producir en México, ¿acaso eso no significará que algunas empresas mexicanas deberán cesar sus operaciones? ¿Y acaso eso no supondrá que miles de mexicanos perderán su empleo?
El problema con esta visión es que presupone que sólo hay un número limitado de trabajos por hacer: la falacia de la escasez del trabajo. Pero el trabajo no es escaso. Mientras haya fines insatisfechos, habrá oportunidades de empleo. El problema de un sistema económico es priorizar qué fines satisfacer y qué fines dejar insatisfechos, dado que nuestros recursos son escasos. Cuando los tractores reemplazaron a los asnos, bueyes y mulas y redujeron la mano de obra en la agricultura, los trabajadores desplazados no se quedaron ociosos. Al contrario, su mano de obra quedó libre para la satisfacción de nuevos fines en donde su empleo era más valioso. Algo similar ocurre con el comercio. La expansión del libre comercio es similar a la adopción de nuevas tecnologías, pues dijimos que el intercambio era una forma de producción.
Sin duda, algunas personas sufrirán penalidades en el corto plazo, mientras no encuentren en dónde acomodar sus talentos y habilidades. Otras, pese a beneficiarse de poder comprar una mayor variedad de bienes a un menor precio, experimentarán un periodo en el cual sus menores ingresos les significarán una pérdida neta: un grupo en el que se concentrarán principalmente los miembros más viejos de una sociedad, con menor capacidad de adaptación al cambio. Pero la mayoría, tanto en el corto como en el largo plazo, podrá gozar de un ingreso real superior derivado de mercancía más barata, insumos más baratos y alternativas adicionales de empleo más valiosas.
Mientras en un país como México perdure la desconfianza al extranjero, sus posibilidades de crecimiento y bienestar estarán sofocadas. No le esperará el fomento a su industria, sino la miseria de los más pobres.